A la vuelta, por la configuración de la estación, para acceder a la salida, hay que bajar unas escaleras, pasar por un subterráneo y volver a subir otras escaleras donde se suele crear un pequeño atasco gente.
Normalmente a las horas que vuelvo, la mayor parte de los viajeros suelen ser mamas con niños; parejas de cierta edad que lo más seguro es que vuelvan de una visita médica, y los que han ido de compras. Como me conozco el tema, suelo “adelantarlos” antes de llegar a la escalera de subida ya que me “rompen el ritmo”.
Estaba en pleno adelantamiento de yayos, cuando me di cuenta de que en la misma estación se había bajado un grupo de aspecto un tanto patibulario, cabezas rapadas, cadenas, chupas de cuero; nunca los había visto por la zona, porque con esa facha estoy segura de que los recordaría; andaban bastante rápido a así que me quede detrás , lo malo es que iban hablando entre ellos y ralentizaron un poco el paso, así que sin querer le pise el talón de la bota de uno de ellos; se giro, con cara de poquísimos amigos, y tuvo que mirar hacia abajo ya que soy bajita y el bastante alto, le pedí disculpas y él me perdono la vida, sin decir absolutamente nada. La gente iba apretando por detrás, así que volví a pisarlo, por un momento pensé ahora la liamos, que van dos.
Se volvió en silencio, me miro y volvió a perdonar la vida por segunda vez en pocos minutos. Como me gusta vivir peligrosamente y además soy una descreída que no cree en eso de “que no hay dos sin tres” en vez de dejar un espacio prudencial entre nosotros, me quede detrás y como no…….volví a pisarlo, así con “dos tacones” cuando se giro esa vez su cara ya no era de “nada” si no dé “pero bueno con la señora ” así que haciendo acopio de sentido común y una sonrisa, le pedí que me dejara pasar delante porque al paso que iba sin duda le volvería a pisar, sin palabras se echo a un lado.